Cuando termina un concierto de Pablo Amorós, la música no cesa bruscamente. Las notas, todavía bajo el efecto euforizante de la belleza, se resisten a volver al refugio humilde de la partitura. Y se quedan durante un rato por el cielo de la sala. Revoloteando como pájaros, brillando como luces, oliendo a yerba y a mar; o a gloria y
a lágrima. Cuando termina un concierto de Pablo Amorós, la sala entera sigue pendiente durante un rato del sonido del piano que ya no suena, permanece al acecho de las notas calladas, deseando que vuelva la música que acaba de escuchar, y con ella, el orden de los sentidos a cada espectador. Cada vez que da un concierto Pablo Amorós, todo lo creado desciende sobre él en forma de música. Su piano modifica el carácter de la noche, le da tono al aire. Precisamente porque es un pianista distinto, le interesa más el
camino que la meta. Por eso se propone metas imposibles, para estar siempre empezando. Una meta alcanzable es un ideal de funcionario. Cada concierto es para él un comienzo. Y desde su experiencia, toca con la pasión de un principiante Pablo Amorós no es el mejor pianista del mundo. Ni de Europa, ni de España, ni siquiera de Córdoba, que es el trocito de tierra que le correspondió para nacer. Y eso que ser cordobés es una de las formas que adopta el arte en la vida diaria. No es el más grande. Es un pianista distinto. Y en el arte, importa más ser distinto que ser mejor, como escribió el gran maestro Manuel Alcántara, que era un escritor distinto, además de ser mejor. El escalafón del arte lo decide la publicidad, el mismo tribunal que establece la jerarquía de los novelistas, los relojes de pulsera y las hamburguesas. No hay mucha diferencia entre el mejor artista del mundo en lo que sea y la mejor hamburguesa del mundo en lo que contenga. Los dos son mentira. En el arte no hay más jerarquía que la diferencia. Artistas que se parecen unos a otros, y artistas que son distintos de los demás. Lo que no significa que sean mejores que los demás. El gran artista no es el mejor de todos los artistas, sino el que hace su trabajo de una manera diferente. En la distinción reside la grandeza. El escalafón reduce el arte a una mercadería. Este pianista distinto que se llama Pablo Amorós toca el piano por el placer de hacerlo, no para estar a la altura de un prestigio. Y en el placer está el secreto del arte. Tenga o no tenga éxito, y suele tenerlo, él sigue tocando el piano, porque es lo que le gusta hacer. Es pianista porque siempre y únicamente ha querido ser pianista, y eso que tiene buen apetito. He ahí todo.
Pablo Amorós / Arabesque op. 18